Estragos... / Gael Burnissen ~ Vera Helder

El incesante zumbido de voces, gemidos de dolor y pasos sacó de su letargo a Shantal... por no hablar del olor a sangre.

Cuando abrió los ojos la loba intentó ponerse rápidamente en pie, alertada por la presencia de tantos desconocidos en tan lamentable estado y el mismo desconcierto de no saber qué hacía allí, ni qué había pasado. Al incorporarse un dolor intenso en el hombro la hizo apretar los dientes para no gritar...  y cuando se miró para detectar el foco del dolor pudo darse cuenta del aparatoso vendaje que lo cubría. No recordaba haber sido herida. No recordaba nada, salvo haber salido en busca de los atacantes muggles... y la llegada de Godric Gryffindor.

Maldijo entre dientes, furiosa. ¿Quién había osado atacarla? Atacarla a ella... eso no se quedaría así, claro que no. Y para colmo, aquel dolor era claro síntoma de que tenía la clavícula rota, que de otra cosa quizás no, pero de heridas y dolor entendía ella mucho... y ahora tendría que esperar que alguna de aquellas inútiles enfermeras se dignara a aparecer, malditas sean todas. La impotencia y la frustración a causa de sus nublosa memoria la estaba sacando de quicio.

Con el brazo sano y presa de la rabia, agarró una vieja lámpara de aceite de la mesilla que había al lado de su camilla y, con fuerza, la estrelló en la pared del frente salpicando aceite hirviendo a pequeña escala. - ¡Enfermera, venga aquí! - gritó furiosa a una de las sanitarias que pasaba por allí, despertando de paso a varios heridos que dormitaban en camillas cercanas a la suya. - ¡Exijo que alguien me explique qué demonios ha pasado! - exclamó en tono envenenado y desafiante que no admitía réplica alguna.

Vera corría detrás de unos estudiantes y lanzaba hechizos hacía su espalda. Unos enormes hombres con armadura que avanzaban a grandes zancadas los perseguían, y su espada detenía todos los hechizos. Mientras tanto, el interminable gran comedor iba estallando en pedazos a pocos pasos de ellos. Vera, cansada, no paraba de correr y salvar la vida de sus acompañantes. Los grandes hombres aceleraban el paso y la profesora Helder hacía lo propio. Sin quererlo ni beberlo, en un abrir y cerrar de ojos, adelantaba a sus protegidos. Por más que lo intentaba sus piernas no dejaban que redujese la velocidad. Un golpe de espada arrancó la cabeza de cuajo de uno de ellos. Su cabellera rubia, la del chico que había llamado a todos a filas, se estrellaba contra la pared produciendo una enorme mancha de sangre que iba descendiendo hasta llegar al suelo. Poco después, mientras la puerta de salida que estaba a cinco metros se negaba a reducir la distancia, una embestida de uno de los hombres de armadura negra abría un boquete en el estómago de la chica de Ravenclaw y la dejaba incrustada en el suelo bajo un charco de sangre que gradualmente iba acrecentando su tamaño.

Vera, desesperada, se abandonaba de rodillas en el suelo. Cuando estaba dispuesta a vengar a aquellos jovenes desafortunados y alzaba la vista, los atacantes habían desaparecido, no había nadie. Se subía a las largas mesas de las casas para tener mayor visión panorámica. Sin embargo, al volver a saltar hacia el suelo firme, no lograba alcanzarlo con los pies. En vez de piedra sólida, un líquido oscuro de tonalidad rojiza la cubría hasta la cintura. Para cuando se quería dar cuenta, estaba intentando mantenerse a flote con la sangre al cuello; la estancia estaba inundada hasta casi alcanzar el techo encantado. Unaa profesora cada vez más fatigada intentaba mantenerse en la superfície, pero cada vez quedaba menos espacio y menos oxígeno. De repente, la gran lámpara central empezaba a vibrar con mayor intensidad a cada segundo que pasaba. Con los ojos muy abiertos, Vera veía amenzada su vida. Un sonido agudo provocaba que le sangraran los oídos y.... ¡PUM! Una fuerte estrépito de cristales rotos inundó la sala.

Vera abrió los ojos de golpe, alarmada y con la respiración agitada; estaba sudada y la frente le ardía. Miró a su alrededor. Todo era de un inusitado color blanco y ella sólo una mera observadora. —¿Qué...? —empezó a decir al tiempo que intentaba tomar conciencia de todo su cuerpo. Un chillido de rabia le atravesó el cerebro. Inentó dirigirse hacia la fuente del sonido y sorprendió a una muy malhumorada guardabosques exigiendo con tono airado la atención de una enfermera. 'Estamos en la enfermería' cayó Vera. Una mancha de aceite se extendía por el muro frontal a la cama de Shantal desembocando al final de un grupo de trozos de cristal. Eso era lo que debía haberla despertado.

Estaba algo baldada, pero sabía que estaba viva. Cuando intentó incorporarse, no pudo más que sentir un dolor agudo en el costado izquierdo, debajo del pecho. Se llevó la mano a ese punto y descubrió unas vendas algo humedas por la sangre que aún parecía continuar brotando de su torso. Intentó una vez más sentarse en la cama y consiguió enderezarse un poco. Al menos lo suficiente como para lograr tener una mejor vista de toda la habitación. ¡Exijo que alguien me explique qué demonios ha pasado! exclamó su compañera. Entonces Vera visualizó a Kaetara y a Henry y un sinfín de imágenes empezaron a sucederse por su cabeza. Ya recordaba qué había pasado. —¡Enfermera! —llamó al tiempo que pasaba por su cama en dirección a la señorita Lancaster. Ella se detuvo, haciendo esperar más a la irritada Shantal. —Dígame, ¿sabe si ha muerto alguien? —inquirió con avidez. No paraba de pensar en aquellos muchachos.

Blanco, el fastidioso, simple y aburrido blanco, eso fue lo primero que vio cuando abrió los ojos, solo recordaba el desastre del gran comedor, bruma, polvo y humo, sabía que había buscado a sus amigos y a su hermano por todos lados sin lograr encontrarlos por ningún lado, específicamente porque no pudo levantarse del piso para lograrlo, escucho otro estruendo y un grito y volteo rápidamente a ver de dónde venía el escándalo, que debía ser el causante de que hubiera despertado de su apacible sueño, allí armando jaleo estaba la pelirroja guardabosques del colegio, suspiro y volteo mirando el lugar y ubicándose, estaba en la enfermería, así que a la final si había salido herido, se movió para incorporarse haciéndole morderse la lengua y evitar decir alguna grosería por el inmenso dolor que le vino de la pierna, cuando pudo estar un poco más cómodo miro la causante del dolor, viendo una venda con manchas rojas envolviendo su pierna, genial, no pudo haberse herido en un lugar más fastidioso.

Volvió a recorrer su mirada por el lugar alargando el cuello para ver si Fazio había terminado en la enfermería, o alguno de los demás chicos, sin mucho éxito, pues las cortinas los tapaban entre ellos, la voz de la profesora Helder lo distrajo haciéndole volver a la realidad, había estado muy distraído teniendo en cuenta que la guardabosques seguía refunfuñando a su lado, así que hasta habían profesores heridos, que esperanza. No espero demasiado a que la enfermera respondiera la pregunta de la profesora cuando él ya le estaba haciendo otra - ¿No sabe si Fazio Burnissen está aquí internado? – quería primero salir de esa duda, para poder estar tranquilo y poder seguir ignorando a su hermano sabiendo que estaba sano.