Cocina

¿Dónde diablos se habían metido Harry y Adam?
Llevaba haciéndome la misma pregunta toda la mañana, pues desde que desperté en el solitario dormitorio de Gryffindor no había dado con ellos.
De Adam me lo esperaba, seguro que estaría haciendo manitas con su Almeida del alma, perdidos en algún rincón inhóspito de Hogwarts... pero ¿Y Harry? No era propio de mi colega dejarme tirado de esta manera.
Después de calentar el brazo para repartir collejas y buscarlos por medio castillo, se me ocurrió venir a las cocinas. No me extrañaría encontrarlos aquí poniéndose morados a costa de la generosidad de los elfos, ni que fuera la primera vez... Pero no, aquí tampoco estaban.
Resoplando con hastío, me dejé caer desganado en una de las mesas, mientras los elfos iban de aquí para allá preparando el almuerzo que se serviría en un rato. Al cabo de unos segundos, uno de aquellos serviciales seres se hallaba ante mí blandiendo una enorme bandeja repleta de pasteles. Sonreí de lado, acomodándome en la mesa.
¿Por qué no? Era mejor esperar con el estómago lleno.

Picoteaba con desgana unos cuantos pastelillos de ron con pasas, poniendo mucho cuidado en que ninguna migaja cayera y ensuciara mi inmaculada y carísima gabardina negra, que justo iba estrenando. En realidad no tenía hambre, pero no sabía qué hacer o a donde ir pues aún éramos pocos en el castillo. Y por supuesto, no iba a seguir haciendo el imbécil buscando a nadie por los pasillos. Que me buscaran ellos a mí.

Andaba meditabundo cuando oí un grito y una vocecilla que me eran sobradamente conocidos. No me sobresalté, pues pocas cosas podían alterar mi serena imperturbabilidad de siempre. Me limité a sonreír de lado, con cierto alivio porque pusieran fin a mi soledad, y me giré para recibir a mi prometida.

- Hola, querida. Tan deslumbrante como siempre. - le susurré al oído mientras ella me abrazaba. A los pocos segundos me aparté para mirarla a los ojos y sonreí, cogiendo un pastelillo de la bandeja y escondiéndolo bajo la banga. - Te esperaba a ti, por supuesto... - mentí con un guiño. Obvio no la esperaba a ella, buscaba a su hermano y a Adam, de hecho era una sorpresa encontrarla allí. - Te tengo una sorpresa, mira. - continué arqueando una ceja y sacándole el pastelillo oculto de la oreja. Era una gilipollez, pero sabía que le gustaban esas cosas. ¿Por qué no hacerla feliz? - ¿Y tú, qué te trae por aquí? No sabía que hubieras llegado. ¿Y dónde se ha metido tu hermano? Llevo buscándolo toda la mañana... ni que se lo hubiera tragado la tierra. - proseguí con un ápice de amargura en mi voz.

Sonreí con satisfacción ante la notable alegría de mi prometida con mis jueguecitos 'moñas'. Me gustaba hacerla reír, pobrecilla, qué tierna era. Ciertamente tenía el cielo ganado por aguantarme. Ante su alusión a mi atractivo físico no hubo reacción alguna, pues tampoco dijo nada que no supiera   
Disfrutaba estando con Eléanore, la niña me gustaba. Era guapísima, sensual, elegante, dulce... pero al mismo tiempo no podía evitar sentirme algo frustrado en su presencia. Como si estuviera 'obligado' a ello. Odiaba esa sensación por encima de todo.
Demasiados quebraderos de cabeza que disipé sacudiendo la misma en gesto desenfadado, y atendiendo de nuevo a la conversación.

- Nos ha salido muy viajero tu hermanito. - contesté con una sonrisa irónica, pasándole un dedo lentamente por el labio inferior. Ya me encargaría de Harry a su vuelta... ¡Mira que no avisarme! Él por Europa rodeado de exuberantes alemanas y rusas y yo aquí, con los elfos domésticos de Hogwarts y mi encantadora e inocente prometida. - Y cuéntame, cielo. ¿Me he perdido algo interesante estos días? - pregunté antes de acercarme para besarla fugazmente en los labios.

Puse cara de extrañeza ante la confusa explicación de Eléanore. No es que me extrañara que andara peleando con Kaetara, eso era moneda común en el día a día de mi prometida en Hogwarts, pero sentía que me estaba periendo algo ¿Qué tenían que ver William Peverell y Almeida?

- ¿Otra vez te ha estado molestando Kaetara Font? - pregunté torciendo el gesto con disgusto. El pequeño demonio rubio de Ravenclaw me resultaba muy graciosa la mayor parte del tiempo, pero no soportaba que la tomara con Eléanore. - ¿Y qué le pasa a Almeida? Elénore, te explicas como un libro cerrado. - bromeé con una sonrisa torcida revolviéndole un poco el pelo.

Pero entonces me puse serio, recordando las noticias de huelga de muggles y el ambiente tenso que se respiraba tras los muros del castillo. Me preocupaba que este feo asunto salpicara de alguna forma a Eléanore.

- ¿Qué tal tu familia, cielo? - pregunté como si nada. Si algo le preocupaba, me lo contaría por iniciativa propia.

Empezó sonriendo con el chisme del supuesto flirteo entre Font y Peverell. - Ya, claro... - respondió divertido y sin darle mayor importancia. Obviamente era una fantasmada del Slytherin, conociendo a Font aquella historia se le hacía muy ridícula e insostenible. Empezó a preguntarse por qué habría inventado el chico tal absurdo cuando Eléanore aclaró lo que le pasaba a Almeida. El gesto le cambió y frunció el ceño mientras empezaba a hilar, posiblemente fuera ese el propósito final de Peverell con su historia... En fín, eso le traía sin cuidado, sin embargo: ¿Almeida celosa de Peverell? Eso era mucho más preocupante. - Celosa, ¿eh? - comentó, disimulando su disgusto en la medida de lo posible. - Qué pronto se olvidó de Adam... - el solo pensar que estuvieran tomándole el pelo a su amigo lo sacaba de quicio.

Sacudió la cabeza concentrándose en el tema realmente importante, el que quería discutir. - Sí, por el momento parece que está todo bajo control. Ya sabes que tu familia cuenta también con la protección de la mía. - Respondió tras las palabras de la rubia. Todo estaba bajo control... aunque no tanto como parecía. Él tenía constancia de que las cosas empezaban a ponerse realmente feas, cada vez había más muggles en huelga (muchos de los trabajadores de sus empresas, así como de las empresas del padre de Eléanore,  aunque esta no lo supiera) y lo peor, más magos formándose ideas un tanto extremistas y radicales en contra de los muggles. No quería asustar a Eléanore, pero tampoco podía tenerla en la completa ignorancia. Suspiró antes de comenzar. - Nuestros padres están hablando de cerrar varias empresas de construcción al sur del país, donde las cosas se están poniendo realmente feas. - empezó con voz tranquila y mirándola fijamente. Tampoco era ningún drama, tenían empresas de sobra... Lo más preocupante era la posibilidad de que las huelgas no terminaran allí.

La defensa de Eléanore a su amiga no le satisfizo en lo más mínimo, y la mirada que le dedicó lo dejó bien claro. - Ya me imagino el conflicto que tu amiga debe tener. - respondió en tono helado. Hacía años que Patrick advertía del extraño comportamiento de Almeida ante la mención o la presencia de William Peverell, y este dato no hacía más que confirmar sus sospechas... aunque mejor no precipitarse en el asunto. Inspiró profundamente antes de responder - Mejor dejemos el tema. - No quería discutir, y si la chica continuaba defendiendo lo indefendible sin duda lo harían. Pero aquella conversación le dejó un leve mal sabor de boca y su humor se avinagró un poco.

Fue en parte el motivo por el que el joven Lavigne no se sintió para nada conmovido con la reacción de su prometida ante sus palabras. El otro motivo fue que sentía pavor a los dramas femeninos y los ojos de la rubia se humedecían por momentos... - Eh, eh, claro que se terminará pero de momen... - intentó comenzar Patrick, pero sintiéndose absurdo y malhumorado se calló de golpe y buscó con la mirada a alguien que pudiera sacarlo de aquel marrón. Ya lo que le faltaba era que la rubia estallara en lágrimas y tuviera él que consolarla con palmaditas en la espalda... definitivamente, no. Su gabardina era muy cara como para permitir que le lloraran en el hombro - Esto... tengo que irme, acabo de recordar que Coleen Hamilton me pidió unos apuntes para Cuidado de Criaturas Mágicas... - Entonces calló en que las clases aún no habían empezado, con lo que su excusa no pudo ser más absurda. Pero el daño estaba hecho, con suerte Eléanore pillaría la indirecta. - Adios, querida. Nos vemos en la cena. - se despidió con un fugaz beso en la mejilla, cogió un pastelillo de la bandeja y salió de la cocina con su habitual seguridad y absoluta indiferencia al estado anímico de su prometida.